La mentira

En Filipenses 4:8 tenemos una pequeña lista de las cosas que debemos considerar los cristianos. Por supuesto que el apóstol Pablo, al decir “pensar”, se está refiriendo – y así se sobreentiende – a cosas que debemos hacer o practicar. Sabemos que el cristiano debe ser hacedor de la Palabra y no oidor olvidadizo (Santiago 1: 22-25). La primera de estas cosas es que debemos pensar o hacer todo lo que es verdadero.
Lógicamente, lo verdadero es lo opuesto a la mentira. Y, lamentablemente, la mentira es algo que sobreabunda en este mundo, pues el padre de la mentira es Satanás y el mundo está bajo su dominio (Juan 8:44; Apocalipsis 12:9; I Juan 5:19).
Ciertamente, empezamos a mentir desde pequeñitos. Mentimos por cualquier motivo, y sin él, ya casi por costumbre. Cuando éramos chicos, hacíamos algo por lo cual se nos reprendía, inmediatamente mentíamos y negábamos haberlo hecho. Cuando jóvenes, y después adultos, hacemos lo mismo, y así vamos pasando la vida, ahogándonos en un mar de puras mentiras.
El mundo, queriéndose justificar, ha hecho una división caricaturesca de la mentira. La dividen en diferentes grados, tamaños y colores. Hay mentiras grandototas, regulares y mentiras chiquititas. También hay mentiritas blancas, rosaditas y celestitas, y mentirotas negras, feas y horrorosas. Los papas, generalmente dicen a sus hijos lo que ellos creen son mentiritas blancas. También les llaman: benignas, piadosas, dulces y hasta necesarias. Entre estas mentiritas inofensivas están aquellas de que a los niños los trae la cigüeña o vienen de París, y la famosa mentirota del mentado Santa Claus.
Estas mentiras “inofensivas”, cuando el niño crece y descubre la falsedad, son funestas para él y hasta decisivas en su vida, pues lo hacen dudar de todo cuanto sus padres le digan y él, con razón, tildará a sus padres de mentirosos e hipócritas. Ejemplos de ello abundan y sobran. Pero la vida del cristiano debe distinguirse por la veracidad (Proverbios 12:17), pues se supone que es ahora una nueva criatura y que las cosas viejas ya pasaron (2 Corintios 5:17). Eso, por supuesto, si verdaderamente ha nacido de nuevo.
Este asunto de la mentira tiene también funestas complicaciones o ramificaciones, pues de ella se derivan: la calumnia, el chisme y el falso testimonio, que son cosas que condena y aborrece Dios, porque le son abominación (Zacarías 8: 16-17).
El chisme, hermanos, es uno de los pasatiempos favoritos de muchas personas, y por medio de él se enloda la vida de personas honestas, alejadas de toda maldad. Y es de tal manera terrible un chisme o una calumnia que un escritor lo comparó con el agua sucia derramada en el suelo, que después sería imposible recoger.
La mancha en el suelo perdurará, es decir, que aquella pobre persona víctima del chisme y de la calumnia, aunque lograra probar su inocencia y honradez, siempre sería condenada calladamente por otros. Dios aborrece estas cosas.
La mentira debe, entonces, ser desechada de nuestros hogares, de nuestro trabajo y de nuestras congregaciones, donde – con dolor – la hemos descubierto tantas veces. Entre las cosas terrenales que nos habla el apóstol Pablo en Colosenses 3: 5-9, y de las que nos aconseja que debemos hacer morir en nuestras vidas, está en el vs. 9 la mentira, y al decir: “No mintáis los unos a los otros”, se está refiriendo a los miembros de una misma congregación de la Iglesia del Señor.
¡No debe haber mentiras, chismes ni calumnias en nuestras congregaciones! Ahora debemos sólo pensar y practicar lo verdadero, como leímos al principio de este artículo. Atendamos, pues, lo que nos dice la Palabra de Dios, y propongámonos desde ahora ya no volver a decir una mentira.
Hablemos sólo la verdad, y recordemos que somos cristianos, miembros del Cuerpo de Cristo, Su Iglesia. Efesios 5:23.
- Conrado Urrutia